Este mensaje era transmitido de muchas maneras, pero la más recurrente en las obras que guardan estos valles son las representaciones de leones esculpidos en los capiteles y canecillos. Esto es así porque se consideraba que estos animales poseían un poderosa esencia simbólica asentada sobre cuatro pilares. Estos son a lucha contra el mal, la humildad y pureza de corazón, la identificación con Cristo y el paso a otro plano espiritual de existencia.
Con motivo de esta polisemia simbólica, por una lado al león se le consideraba un enemigo fuerte al que batir, considerándolo como un metáfora de la lucha contra el mal, como ya apareciera en la historia bíblica de Sansón contra el León. Además eran considerados como los guardianes del templo, haciendo referencia a los Leones de Micenas, que custodiaban con sus fauces las puertas de la antigua ciudad griega de Micenas y únicamente dejaban pasar a los humildes, respetuosos y puros de corazón, sin ser devorados.
El león también aparece como elemento crístico, ya que Jesucristo es el León de Judea, tal y como se refiere en la Biblia. El león por lo tanto representa el poder de Cristo y la fuerza del animal se aplica como fuerza salvadora por una lado y como justicia implacable por otro.
Existe además una última consideración y es la de los leones andrófagos. Es muy común en el arte románico encontrar representaciones de personas siendo devoradas por estas bestias o despareciendo entre sus fauces sin mostrar signos de miedo o dolor, sino al contrario, con quietud y calma exhalando de sus rostros. El paso a través de la boca del león es una especie de camino iniciático, un tránsito a otra realidad, un acceso a otro nivel de existencia. El león es un animal que devora pero al que se atribuye la cualidad de regenerar al hombre, capacitándolo para una nueva vida porque confiere a su víctima algo de su propia potencia vital, realizando en ella una verdadera metamorfosis, por eso es símbolo de Resurrección y de Vida Eterna.