El patrimonio construido existente en el valle del Pisueña encuentra uno de sus iconos en las cabañas pasiegas de uso ganadero que aparecen por doquier en la cabecera del valle. Junto con ella es preciso poner en relevancia un notorio patrimonio arquitectónico civil y religioso. Buena muestra del primero son las distintas tipologías constructivas ligadas a la arraigada tradición de los trabajos de cantería, que ha quedado reflejada en las innumerables casonas montañesas, con sus piezas heráldicas, torres, palacios o magníficas solanas dispuestas en hilera. El patrimonio construido de tipo religiso encuentra una amplia representación en el valle, con gran variedad de estilos, entre los que destacan importantes muestras de arquitectura románica.
Un buen lugar para comenzar nuestro recorrido por el patrimonio edificado del valle es Penagos, donde podríamos contemplar la Iglesia de San Jorge, levantada en el siglo XVI sobre una originaria construcción prerrománica que ya veneraba a San Jorge y declarada Bien de Interés Cultural en 1991. Se trata de un edificio rectangular, compuesto por tres naves de la misma altura, con cuatro tramos abovedados cada una, y con ábside poligonal, rasgo claramente representativo del estilo gótico que envuelve al conjunto del templo. Cuenta también con una robusta torre cuadrada del siglo XVII. La Iglesia Parroquial de San Juan Bautísta del Arenal, la Iglesia de San Pedro Apostol de Sobarzo, la coqueta ermita de Santa Eulalia de Penagos o la Iglesia parroquial de Llanos, con portada de estilo renacentista, constituyen magníficos ejemplos de la arquitectura religiosa del s.XVII. De la misma época data uno de los iconos de la arquitectura civil de este entorno, el Palacio de Miranda, en el barrio de Pino, que fue el centro de un antiguo concejo. Era en realidad una casa adosada a una torre de tres plantas, que es la única estructura que hoy se conserva. Se levantó esta torre en el primer tercio del siglo XVIII, y refleja como elementos clasicistas el interés por marcar la separación entre plantas mediante línea de impostas, y los vanos refajados, así como los remates de pirámides. El gran escudo de la fachada muestra las armas de Agüero y Miranda, que se repiten en un segundo escudo de la fachada lateral.
Continuamos hacia el oeste hasta llegar a Castañeda donde haremos una especial mención a la Colegiata de Santa Cruz de Castañeda de los siglos XI-XII. Declarada Bien de Interés Cultural, durante la Edad Media se convirtió en un próspero enclave frecuentado por los peregrinos del Camino de Santiago, siendo una de las cuatro colegiatas románicas existentes en Cantabria. En torno a la abadía se articulará durante dos siglos el primer poblamiento del Pisueña, ordenado en pequeños núcleos, con la suficiente capacidad demográfica y económica para generar las rentas que permitían el sustento de la abadía. El edificio románico debió levantarse con el beneplácito real en tiempos de Alfonso VI y a expensas, muy probablemente de quien fuera conde de Castañeda en la segunda mitad del siglo XI, Munio González de Lara. El edificio original era de planta de cruz latina, con tres ábsides, una robusta linterna y la torre de dos cuerpos adosada al muro de una de las naves del crucero. En el siglo XIII se le añade la nave lateral, y ya en el XVII una capilla perpendicular a ella. Más tarde aún, en el XVIII se destruye la nave derecha del crucero y su ábside, para sustituirla por una capilla neoclásica y la sacristía. La portada, de medio punto, está adornada por ocho arquivoltas apoyadas sobre capiteles con figuras de serpientes, cabecitas y animales monstruosos.
Santa María de Cayón acoge tres buenas muestras del románico comarcal. La Iglesia románica de San Andrés, antaño un senorío abacial con un coto redondo de una legua, guarda además en una dependencia aneja una colección de sarcófagos de los siglos X al XIII. El templo fue construido en la primera mitad del siglo XII y tiene una sola nave, terminada en un ábside semicircular que se divide en tres cuerpos separados por columnas con capiteles decorados. Tanto en los muros Norte y Sur como en el ábside, destacan los canecillos con forma variada, especialmente con figuras de animales. Sobre ellos aparece una cornisa de billetes.
La portada, con arco de medio punto, presenta cuatro arquivoltas talladas y capiteles variados. Sobre el pórtico se eleva la torre, cuya primera planta es de época románica tardía y el resto de los siglos XVI y XVII. La Penilla, se encuentra la Iglesia de San Miguel de Carceña, magnífico ejemplo de arquitectura rural medieval aunque con rasgos aún del primitivo edificio románico. Nuestra Señora de la Asunción es otro de los ejemplos arquitectónicos del románico cayonés, reformada en los siglos XVI y XVII y en la que merece destacar el retablo mayor de estilo Barroco- Churrigueresco del año 1.749. La advocación parece haberse transmitido a partir de la antigua iglesia de Santa María de Pangorres de la que existe documentación al menos desde el siglo IX, en una época en que esta parte del valle del Pisueña aún no conocía un asentamiento estable de población. De mediados del siglo XII, se caracteriza por un importante desarrollo en altura. En origen debió de tener una sola nave, a la que después, aún en época románica, se añadió el crucero. En la construcción resalta la gran espadaña gótica, formada por dos cuerpos separados por imposta, doble tronera barroca y coronada por una cruz de piedra y por pináculos en los extremos; y la sencilla portada abocinada, con circo arquivoltas sin decoración protegidas por guardapolvos de moldura cóncava y una cubierta sostenida por canecillos. En el interior destacan los arcos con capiteles que aparecen bajo las ventanas del ábside.
Frente a la iglesia de San Andrés, que perteneció al linaje de los Ceballos, se halla la casona de Ceballos el caballero, que aunque levantada en origen durante el siglo XVI, fue reedificada en torno a 1720 siguiendo ya en parte las tendencias arquitectónicas del barroco montañés. Cuenta con una amplia fachada de sillería en la que destaca la presencia de cuatro arcos de medio punto precediendo al soportal. Presenta dos piedras armeras, una con las armas de Ceballos el caballero y la otra representando las armas de su esposa, Doña Jacinta de Padura y Moreno. El efecto más propiamente barroco queda reflejado en el piso superior de la fachada, donde las tres puertaventanas cuentan con marcos de orejas. Destacan además la moldura de bocel de la base de la cornisa y las pilastras adosadas.
Seguidamente llegamos al interesante conjunto urbano de Esles. En el camino encontraremos el Monasterio de San Vicente de Fístoles, de donde se deriva el topónimo «Esles», que llegó a ser uno de los más importantes de nuestra región en la Alta Edad Media. En Esles se recomienda la visita de la Ermita del Angel en la que comienza un Vía Crucis de madera que finaliza su recorrido Iglesia Parroquial de San Cipriano, y del nutrido grupo de casas montañesas con dos plantas y solana o aquellas otras blasonadas que tienen como referente más destacado a la Casona de D. Marcial Solana.
Al sur de la Sierra de Caballar Vega de Villafufre es la primera referencia para el viajero. Aquí está ubicado el Solar de Felix de Vega y Carpio padre del genial escritor Lope de Vega o la portalada dieciochesca del solar de Juan Montero de la Concha, que fuera canónigo de Oviedo Responde a los cánones de la tradición barroca, con un segundo piso muy relevante y la calle central tremendamente destacada respecto a las laterales. Llaman la atención el friso decorado sobre el arco, y la ornamentación del frontón curvo que remata el conjunto, con varias molduras enmarcando al florón central.
En La Canal se ubica el Palacio de Don Domingo Herrera de la Concha y Miera, conocido como el Convento, buen ejemplo de arquitectura clasicista, que fue ocupada inicialmente por una comunidad religiosa de monjas concepcionistas.
En el municipio de Saro se encuentra el Palacio de Gómez- Barreda. Responde a los cánones constructivos de las casonas con torre del siglo XVIII. El conjunto está formado por el recinto palaciego, al que da acceso una gran portalada, y la capilla dedicada a la Virgen de Guadalupe, adosada a su derecha, con troneras y ventanas rasgadas. El palacio, construido íntegramente en sillería, consta de una torre de tres pisos, sencilla y con un balcón en púlpito en la tercera planta, y un cuerpo de planta rectangular en cuya fachada se abren tres arcos rebajados que dan entrada al soportal, con puertaventanas y un amplio balcón volado en la planta superior.
En el pueblo de Llerana, es visita obligada la Iglesia de San Lorenzo, de tradición gótica, con bóvedas de crucería, terceletes y combados (la del crucero). El edificio se levanta en el siglo XVII sobre los restos de un antiguo templo medieval. Téngase en cuenta, además, que la de San Lorenzo es una advocación propia del santoral hispano-mozárabe, lo que nos estaría remitiendo a una gran antigüedad de culto, probablemente anterior al siglo XII. Presenta planta de cruz latina, con ábside rectangular y sacristía adosada en el muro frontal, crucero con dos capillas laterales y nave de un solo tramo. A los pies se erige una torre esbelta, rematada en pirámide de piedra y balaustrada, que acoge en la actualidad el aula museo de los indianos carredanos.
En Villacarriedo encontramos la obra civil más destacada del barroco montañés: el Palacio de Soñanes declarado Bien de Interés Cultural en 1981. El edificio se levantó en torno a una primitiva torre feudal de origen medieval y carácter defensivo. Entre 1719 y 1724 canteros montañeses que reflejan en la obra elementos ornamentales propios de la región llevan a cabo su ejecución. Díaz de Arce, insigne carredano promotor del proyecto, pretendía del edificio: “…que fuese lo mas ermosso que el arte diese de si”, sin reparar en gastos, para levantar una obra suntuosa que al parecer costó finalmente ciento cuarenta mil ducados.
Los maestros encargados habían entendido el mensaje de Díaz de Arce como una invitación a buscar la proliferación ornamental, lo que les lleva a una particular interpretación de los órdenes clásicos. La superposición de órdenes a que invita la idea clásica sugiere al orden dórico en la primera planta, al jónico en la segunda y al corintio en la superior, y aunque parcialmente esa regla es respetada, los capiteles son siempre corintios, en respuesta a esa búsqueda de la máxima estimación estética que pretendía el fundador. Los frisos responden al orden lógico con ménsulas a modo de triglifos en el de la primera planta, decoración continua de “grifos” de orden jónico en la intermedia y vegetal de orden corintia en la superior. Los fustes son respectivamente estriados, salomónicos, y estriados con dos tercios de tallas decorados.
Las gárgolas y acróteras, el amplio balcón corrido de hierro forjado y un gran escudo contemporáneo a la construcción del palacio, con las armas del fundador y el escudo de la orden de Santiago que se repite en las fachadas meridional y de poniente, además de un reloj de sol, completan el conjunto.
En Selaya, cabecera del valle, el referente arquitectónico y estético lo constituye el conjunto del Palacio de la Colina. El también llamado Palacio de Donadío, al menos desde su adquisición por el Marqués de Donadío en el siglo XIX, se levanta frente a la bolera más bella de Cantabria, un auténtico bastión de la estética regional al servicio del vernáculo juego, que se practica aquí, cuandol menos, desde el último tercio del siglo XIX. El edificio se construye con planta rectangular en torno a una torre central defensiva de época medieval, que fue mandada construir por el señor de Lara, como recoge el Apeo de 1404. Responde a los cánones constructivos de la arquitectura palaciega madrileña de principios del siglo XVII, proclive a cargar las tintas y los esfuerzos decorativos en la portada, simplificando al máximo el resto de la fachada, que aparece aquí levemente retranqueada en los laterales.
El Santuario de Nuestra Señora de Valvanuz, patrona de los pasiegos, venerada con devoción cada 15 de agosto, se localiza junto al Museo Etnográfico de la Casa de La Beata donde es posible visitar una exposición permanente de amas de cría pasiegas, jóvenes madres, de entre 19 y 26 años, criando al segundo o tercer hijo, y en perfecto estado de salud, que acudían como nodrizas a la corte, desde los tiempos de Fernando VII, como medio para dotar a su familia de mayores recursos económicos en una época de especial penuria para el conjunto de la comarca.